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Hace años que no hay accidentes fatales en la “F1” y tampoco en las carreras de motociclismo de alta competición.
Pero, en junio de 2024 murió nuestro Lolo Somaschini, piloto
de motos de 9 años. Y ahora muere Sid Veijer, Países Bajos, de 7 años. Si consultan los medios verán que siempre
dicen toda esa basura de “joven promesa”o
“futuro brillante”. El único futuro
fue la muerte de ambos…
La reflexión que se exige sería larga y profunda, tal vez, no apropiada
para este espacio. A modo de síntesis exagerada, podemos entender que el ideal
humano supone que cada persona a medida que va llegando a la juventud adulta,
vaya descubriendo, construyendo, viendo cuál es su vocación y qué quiere hacer para el resto de su
vida. Sabemos también que hay infinitos condicionantes para cada persona, por empezar:
el de los propios padres y el del entorno. Agregamos, además que, lamentablemente,
hay actividades humanas que, para lograr en la actualidad, una plenitud
absoluta conviene que se inicien desde la niñez. Pero, una cosa es estimular a
que una niña o niño sea bailarín o ajedrecista y otra cosa, piloto de motos. Se
sabe que la noción de muerte de los niños es muy relativa. Se sabe que la
libertad a esa edad es muy relativa, tanto como la lucidez o el conocimiento de
otras realidades, de otras vocaciones posibles. Nos cuesta comprender que un
niño de 9 años y un niño de 7 ya tienen por asumido que quieren ser pilotos
para su vida, que eso es y será lo que más les guste y que están dispuestos a
dejar la vida si fuera necesario. Sobre todo, esto último, nos cuesta
comprender, nos cuesta demasiado…
Todas esas competiciones deportivas en las que se arriesga la vida de
niños, nos resultan actividades miserables y, acaso, asesinas. Todas las medidas de
seguridad que dicen que se ofrecen son puras mentiras, claramente. Todo lo que
genera como ganancia en total provecho de los adultos que fomentan estas actividades
nos resulta un lucro criminal.
Eran niños y están muertos...
Lolo Somaschini
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| Sid Veijer |
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