Era
la princesa de nuestros sueños, lo es, porque sólo amamos de verdad cuando
amamos por primera vez y fue con ella con quien inauguramos el amor
verdadero y esencial, ese amor que no envejece y que perdura por siempre. Para
los que fuimos niños por entonces, para aquellos que fuimos al cine y la
descubrimos, ella colmó todos nuestros ideales de belleza genuina, belleza de
cuerpo y alma. No era un rostro recreado, no era el modelo estético cinematográfico,
era algo real, posible y a la vez de ensueño. Era, lo es, nuestra
princesa, nuestra doncella guerrera, nuestro amor inclaudicable. Si se nos
diera la posibilidad de elegir a alguien para amar por siempre, la elegiríamos
a ella, si se nos permitiera elegir una aventura sería reemplazando a Hans Solo
para luchar junto a ella...
La muerte es pura patraña, la vejez también, sin
dudas son malentendidos de dioses que han creado el tiempo y el devenir
de manera despreocupada dañándonos sin darnos cuenta o acaso beneficiándonos
para que pudiéramos soñar amar a alguien, a una princesa en un mundo de
imágenes e instantes donde efímeramente existe la eternidad...