Mi amigo
poeta, ensayista y evidente autodidacta Enrique Sbareglia (ver entrada
del 25/02/12) hacía interpretaciones personales de las Sagradas Escrituras.
Era, en cierta medida, como un buen protestante pero desprolijo. Esta costumbre
la sustentaba en Xul Solar quien, en los ratos libres, inventaba
religiones. Pero lo de Sbareglia no tenía sustento, era algo grave
porque él interpretaba regaladamente
textos que merecen el mayor de los respetos. De haber habitado la Edad Media,
poco hubiera vivido mi amigo. El tema es que interpretaba, preferentemente,
luego de la tercera, cuarta o quinta copa secreta de vino y escribía sus
conclusiones.
“Este Quique puede hacerle decir a la Biblia
cualquier verdura” lo censuraba, no sin razón, alguno de mis otros amigos,
entendiéndose, en estas latitudes la palabra “verdura” como cualquier despropósito conceptual. Y es que Sbareglia,
amén de su libre interpretación ethílica de textos sagrados acompañaba el
defecto con la lectura de ejemplares de dudosa factura: Evangelios de
repartición gratuita en el subte, Antiguos Testamentos comprados en el
supermercado, Relatos bíblicos encontrados en la peluquería, etc.
La cosa es
que sostenía la idea de que la Torre de Babel podría haber sido un
proyecto exitoso, acaso emulando aquella lectura de Italo Calvino en “La distancia de la luna”, narración
en la que sugiere que se puede
abordar la Luna con una simple escalera . Sbareglia sostenía lisa y
llanamente que, sin duda, se podría con la torre de Babel haber llegado al cielo.
¿Por qué
otra causa si no Dios habría
confundido a obreros y constructores? Si la empresa fuese tan incoducente como
se cree, Dios no tendría más
que haberlos dejado caer en su error y, a poco de andar, comprobarían que el
edificio era un error garrafal.
Pero según
mi amigo Enrique, los constructores habrían dado en la clave y estaban
en lo cierto. La divinidad,
temerosa de ser abordada en su morada por sus creaturas, los confundió con la
estratagema de crear los idiomas. Un último recurso de un ser sumamente
superior, sin duda, pero recurso al fin dado el acierto de sus creados.
La otra
interpretación de Sbareglia tenía un costado social, es que, según
él, el tema de los idiomas pudo haber
retrasado el proyecto pero no haberlo cancelado del todo, el culpable de la no
edificación de la torre, decía, fue el propio rey quien desestimó el asunto ya
que comprendió que, de prosperar la edificación, el primero en encontrase con Dios sería el obrero-esclavo
que colocase el último ladrillo…
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