Para los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, Carlos Gardel es una figura mitológica importante.
Es el dios de una intrincada mitología emblemática que concierne tanto al reconocimiento de la pertenencia a una ciudad como a su manera de pertenecer. Es el documento icónico de la ciudadanía que supone sensibilidades perennes, coloridas y, a la vez, profundamente grises.
Gardel es la figura inconsciente que todos los habitantes de esa ciudad tienen. El “bronce que ríe”, el que “cada día canta mejor”, el “porteño por excelencia”, etc.
Pero la iconografía inmóvil, casi pantocrática que se establece en el alma, de pronto puede tomarse un descanso o puede verse algo conmovida si se observan algunos registros fotográficos.
Porque la fotografía logra, en algunos casos, captar la humanidad más allá de la divinidad.
Adjunto esta bellísima foto natural, no de pose, ni de ensayo, ni de set, en la que Carlos juega a las cartas en un pasillo de a bordo, regresando de Nueva York en 1928.
Nota: Los otros son, Marguerite Vignou, Victor Damiani, José Ganduz y Adamo Diduv.
Siempre me gusto eso de "el bronce que sonríe", es tan tarrrguero...
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