Inclinado, como muchos de su
tiempo, a los “descubrimientos” del espiritismo, se sintió llamado a escribir “El libro de las hadas”
seducido sobremanera por el entusiasmo que le produjera el hecho de que llegaran
a sus manos las fotografías tomadas por “las
niñas de Cottingley” (Frances y Elsie). En las mismas se
veían a una de ellas con la mirada sin objetivo claro, con una mano en la
barbilla, muy cerca de un grupo de pequeñas hadas danzantes. El escritor,
engañado en su buena fe, creyó tener pruebas irrefutables, especialmente, una vez
que las pequeñas accedieran a un equipo fotográfico de calidad superlativa para
la época. Ellas “lograron” nuevas
placas con nuevas hadas. El conjunto total es de cinco fotografías, en una de
las cuales, no aparece un hada sino un duende con su ropita típica.
Pero…
En 1983 confesó una de las
protagonistas que se debió a un juego logrado con montajes elementales, sin
embargo, alegó que como vieron que “el juego” tomaba otras dimensiones,
decidieron seguir adelante fraguando fotografías de haditas de recortes
ensamblados.
Ya algunas voces de la época
habían denunciado el timo supuesto aduciendo que, por ejemplo, en una
fotografía, las hadas estaban en la misma pose que unas bailarinas publicadas
en un libro, sin dejar de mencionar lo curioso de que hadas y duende tuvieran
un peinado al estilo de la época, y que salvo en una toma, las niñas no miraban
a los seres feéricos a pesar de que los tenían a mano.
Lo cierto es que el creador del
“inmortal” Holmes pasó su vida tomando el engaño como millares o
millones de personas sin haber sido tan perspicaz y agudo como su
personaje…
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