Naturalmente, aprobamos casi a ojos cerrados los beneficios de las investigaciones científicas. Dichos resultados los conocemos por los llamados “textos de divulgación científica”. Son esos escritos adornados de infografías que nos ponen al tanto de algunas cosas que son importantes y de una infinidad de cosas que no lo son.
Estoy tentado de pensar que un gran porcentaje de las investigaciones que se dan a conocer son verdades obvias (las, antiguamente llamadas, “verdades de perogrullo”). Y, también estoy tentado de pensar que, o estos textos son una burla solapada o esconden el desvío de fondos de algún tipo para cobrar por no hacer nada.
Ejemplifiquemos: en numerosas publicaciones, hemos leído estos últimos meses, cosas como “El 90% de las personas que vivieron un conflicto bélico tiene trastornos en el sueño”, “La comida chatarra favorece las afecciones cardíacas”, “La vitamina c puede ser un excelente complemento para la dieta durante el embarazo”, “El uso indiscriminado del mensaje de texto y las lesiones en las articulaciones del dedo pulgar”.
¿Era necesario hacer toda una investigación para arribar a estas conclusiones?
Creo que la nota sorprendente hubiera sido que los ex-combatientes de cualquier contienda duermen plácidamente. Esto nos haría arribar de inmediato a que no hay nada mejor para dormir bien que participar de una buena guerra. También hubiera sido extraordinario y digno de mención, enterarnos de que la longevidad se ve favorecida si mantenemos una dieta a pura hamburguesa y papa frita.
El año pasado, una entidad que omito nombrar ya que suele realizar tareas de inobjetable valor benéfico, publicó un estudio (esto supone análisis, encuestas, terapias, entrevistas, confrontaciones, estadísticas, etc.) asegurando que “Los niños de las ciudades son más propensos a padecer enfermedades respiratorias”.
¿Hacía falta emplear fondos y tiempo profesional para esto?
¿Es una broma no? Quiero creer que es una broma algo macabra, espero que lo sea.
De lo contrario hay algunos en las comunidades científicas o en los escritorios de los redactores de textos de divulgación científica que nos están tomando por idiotas.
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