lunes, 18 de julio de 2011

Vampiros para siempre…Día III. Semana del Terror en “La comedia terminó”. En la cornisa entre ficción y realidad. Vampiros.


  Nadie se crea que el primer vampiro fue Drácula. Nadie piense que los verdaderos vampiros brillan a la luz del sol con destellos de diamante como los vampiros de Stephenie Meyer (Luna Nueva, Eclipse, Amanecer y etc.), ellos, los vampiros comenzaron a vivir literariamente en 1748 de la mano de Heinrich August Ossenfelder en un poema.
  Después, la lista de poemas, cuentos, novelas, films, comics, en los que este personaje es abordado se hace realmente extensa con producciones disímiles, es decir, muchas estéticamente nobles y otras que no resisten el mínimo análisis.
  El vampiro, sinónimo de la muerte y de lo muerto, reviniente por excelencia es el ser capaz de dañar por su propia naturaleza desgraciada, es aquel no-vivo, alguien muerto pero que vive con otra vida condenada a alimentarse de la sangre de los vivos y, acaso, convertirlos en lo que él mismo es, arrastrándolos a su propia tragedia…
  Los estudiosos observan los orígenes de las conductas vampíricas, orígenes muy remotos por cierto, en la religión del antiguo Egipto, en las mitologías babilónicas y en los albores de la cultura helénica.
  Pero, desde aquellas narraciones primeras a las figuras cinematográficas de hoy, hay mucho camino y mucho afán por parte de los escritores por darnos un vampiro al gusto de cada época. Acaso Drácula sea el molde que encaja de manera general y los vampiros-novios-adolescentes de Meyer sean para la chiquilinada de hoy.
  Veremos cómo sigue el mito vampírico mañana, ya algo comentamos en este blog sobre la obra de Justin Cronin, El pasaje, que parece ser lo último de renombre sobre esta temática.
  Pero me detengo en una apreciación:
  En el magnífico cuento que se clasifica como de temática vampírica “El horla” de Guy de Maupassant, el protagonista saluda a unas embarcaciones que pasan, sin saber que ese saludo es el permiso para que algo extraño acceda a su vida y comience a destruirlo.
  Quiero decir que éste es el gran hallazgo del mundo vampírico. Para que el vampiro se apodere de nuestras vidas tenemos que permitírselo y sin ese permiso nada puede hacer: “_Bienvenido a mi casa. Venga libremente, váyase a salvo, y deje algo de la alegría que trae consigo…” Con esta sugestiva frase Drácula invita a Jonathan Harker a entrar a su castillo.
  Esta es, sin duda, la clave temática.
  Hay cosas que nos pueden hacer mucho daño en la medida en que permitimos que nos hagan mucho daño.
  ¿Existen hoy los vampiros?
   Y, en parte sabemos que sí.
  Cuando alguien “nos consume”, nos roba ideas, nos toma lo que es nuestro, nos domina vivencialmente, no “absorbe”, nos demanda, cuando alguien cercano nos hace algo de este tenor y de manera permanente y se lo permitimos, es que está tomando actitudes vampíricas y se convierte, en parte, en un verdadero vampiro. En ese vampiro personal que no se detendrá hasta dañarnos seriamente de alguna manera.
  Los elementos religiosos como cruces u otros objetos sagrados o el inocente ajo podrían mantenerlo alejado, también la salvadora luz del sol según la leyenda, pero, estos no son más que talismanes de improbable resultado a la hora de encontrarse con un poderoso vampiro.
  Acaso la verdadera manera de vencerlos sea no darles el permiso para “entrar” en nuestras vidas…

No hay comentarios:

Publicar un comentario