jueves, 31 de diciembre de 2020

Saludo y deseos...

 

Elliot Erwitt


Mi abrazo a ustedes, ese puñado de lectores entusiastas que siempre me acompaña.


El profundo y sincero deseo de que pasen una hermosa fiesta de fin de año y que el próximo nos depare el fin de la pandemia y la cercanía de quienes amamos.

¡A vuestra salud!


Les dejo un poema de Cesar Arbenet, poeta y poema ambos desconocidos…


Y tú…


Y tú eres la emoción, el escozor, esa pequeña prontitud

de la esperanza sorpresiva

que se ansía compartir con todo el mundo

a pesar de que nadie comprendiese.

Eres la longitud de la excepción,

los besos que se imaginan pero existen

y superan todo lo soñado.

Eres

la augusta soledad que se desea

para no pensar en otra cosa que en instantes

en los que estás,

el silencio requerido para el diseño

de encuentros contigo

en escenarios posibles e imposibles: calles, otoños, mares, islas, circunstancias…


Y tu eres

el admirable reflejo

que no llega o que parte veloz e inalcanzable,

el hecho imprescindible que si sucede, es siempre insuficiente

pero suficiente

para seguir andando como si todo tuviera la más lógica de las razones,

y el más profundo de los sentidos.”



Cesar Arbenet



jueves, 24 de diciembre de 2020

Navidad

 Mi saludo a ese puñado de lectores entusiastas que siguen este espacio.

Se merecen la más hermosa de las Navidades, es el deseo de "La Comedia Terminó".

Aquí les dejo algunas azarosas portadas que iluminaban la infancia...


1954





1982



1957



1985


1964



1958


1958




1970



1953











1951


1951


1976


sábado, 19 de diciembre de 2020

Sea como sea, Welles es el referente para siempre…

 


 Antes que nada: mis disculpas por tantos días de silencio en este espacio, una intensa “conjuntivitis” me dejó fuera de pantalla…

 El Ciudadano Kane, (Citizen Kane, 1941) ha sido considerada la mejor película durante décadas. Aún muchos cinéfilos y críticos la consideran en ese sitial.

 Y toda la gloria fue siempre para aquel joven Orson Welles.

 Bueno, no hay gloria sin grietas ni cenizas… hace 50 años se publicaba el ensayo "Raising Kane"  (“Criando a Kane”) de Pauline Kael quien intentaba probar que el genio no era Orson sino el guionista, Herman J. Mankiewicz.

 Hoy podemos ver una producción bien Netflix llamada Mank dirigida por David Fincher que aborda este tema. La protagonizan Gary Oldman, en el papel principal, Amanda Seyfried, Lily Collins, Arliss Howard, Tom Pelphrey, Sam Troughton, Ferdinand Kingsley entre otros.

 Pues todo lo dejo a vuestro criterio para que la juzguen a gusto y placer.

 Con respecto a "El Ciudadano..." creo que un film no es solo su guion aunque el guion sin duda que es esencial.

 Difícil será hacer la mejor de las películas con un guion pobre…

 Pero El Ciudadano Kane no es solo un buen guion.

 En definitiva, mi opinión pobre y subjetiva es siempre en favor de Welles.

 ¡Ah! Mank es en glorioso blanco y negro como corresponde.

 Quien no soporte esto último, cinéfilo no es...



domingo, 6 de diciembre de 2020

Matar o dejar morir, pero por nada del mundo dejar de transmitir…

 


 Muy lejos de nuestra intención es convertir este blog en un espacio de oposición hacia youtubers, instagramer y otros protagonistas de espacios virtuales. De hecho, muchas veces hemos socializado que los disfrutamos y mucho.

 Pero la verdad es que estos/as niños/as  traen de qué hablar en términos de crítica. Si saltan a las noticias por arruinarse la vida tatuándose los ojos o provocando la muerte de sus parejas al hundirse en hielo seco o si tienen problemas con la justicia al arrostrarse entre sí pasados no lejanos de adhesión a la pedofilia, digo, en esos casos pues no nos dejan mayor opción que callarnos o repudiarlos…

 Ahora un youtuber ruso Stanislav Reshétnikov,  conocido en la plataforma de videos como Reeflay Panini, desliga responsabilidad de la muerte de su novia luego de dejarla durante  horas en ropa interior en el balcón de su casa y en pleno otoño moscovita con la sola excusa de que al fin y al cabo él fue quien llamó a la ambulancia.

 Siguiendo la lógica de este “alegre” youtuber si uno le da veneno a su pareja o incluso si le dispara algunos tiros, no hay culpa en caso de muerte si uno mismo es quien llama a la asistencia médica…

 En este sentido, he observado que muchos/as de ellos/as toman como desafío irrenunciable “aceptar un reto”. El mecanismo suele ser simple: el protagonista del espacio virtual propone un reto o acepta uno propuesto por algún seguidor y una vez que declaran aceptarlo, no se apartan de dicho emprendimiento cueste lo que cueste y caiga quien caiga. No dejan “el reto” a pesar del dolor y la muerte casi siempre ajenos…

 El youtuber ruso ya habría golpeado (¿en otros retos?)   a su novia, le habría rociado el rostro con gas pimienta en esta u otra oportunidad.

 Más allá de pueriles justificaciones, es llamativo (o acaso ya no lo es) que el joven moscovita nunca, nunca, en ningún momento dejó de transmitir en vivo lo que estaba sucediendo y que no era otra cosa que lo que él mismo había provocado…




https://www.infobae.com/america/mundo/2020/12/04/por-cumplir-un-desafio-un-youtuber-ruso-dejo-a-su-novia-sin-ropa-en-el-frio-de-moscu-y-murio-congelada-durante-una-transmision-en-vivo/

https://www.clarin.com/viste/tragico-cumpleanos-instagramer-muertos-echar-hielo-seco-piscina_0_R1TXXxgQ.html


viernes, 4 de diciembre de 2020

Twitter la “cloaca” que no perdona..

 


  Hace un mes aproximadamente un famoso “influencer”: instagramer, youtuber, twitero, etcéteras, Martín Cirio alias La Faraona, criticaba a un cantante (El Dipy) por sus composiciones de 2007 en cuyas letras hacía apología de la pedofilia. La afirmación moral de Cirio se basaba en que no importaban las fechas, ni la época ni el contexto, aquello era malo ayer, hoy y siempre. Unas horas después se difundieron por todos los medios habidos y por haber twits del propio Cirio que databan del 2011 aproximadamente y cuyo contenido eran similares, acaso peores, más explícitos y en mayor cantidad. El influencer hizo su defensa con los argumentos que ayer refutaba: que esos twits eran de hace unos años, que se debía sólo a bromas, que no estaba hablando en serio, que hay que tener en cuenta el contexto epocal…


 

 Hace menos de una semana, se conocieron los twits xenófobos, racistas, despectivos, insultantes de tres de los mejores jugadores de nuestro equipo de Rugby, Los Pumas… Databan, también de los años 2011 y 2012...

  

 En todos los casos, la noción es esta: “twitter fue siempre la cloaca de internet”, dicho esto textualmente por numerosos de sus usuarios. Twuitter es o era, el lugar libre donde todos los que así lo quisiesen puedieran decir lo que le venga en ganas, sin ataduras, sin cuidados, sin regodeos, sin metáforas…

 

  Pues bien, parece que ya no es así, incluso parece que nunca lo fue…

 

 Twitter guarda el registro de lo que piensan y desean quienes allí escriben, puede que no haya delito en decir lo que se dice más allá de la “apología del delito” penalizada en nuestro país. Pero es o fue un espacio de expresión de deseos, de expresión de pensamientos, de expresión sin contemplaciones.

 

 Pero, lo que no supieron los usuarios es que la palabra “cloaca” era una metáfora y como toda metáfora tiene sus limitaciones a la hora de entrar en el terreno de la realidad no metafórica.

 

 La “cloaca” está a la luz, interpela, demuestra, arrostra, expone y por lo tanto deja a sus usuarios en condiciones de responsabilidad absoluta.

 

 Sabrán quienes escriben en Twitter a partir de ahora que pueden ser lisa y llanamente interpelados, juzgados socialmente y acaso judicialmente por lo que escriben, que el sitio no deslinda responsabilidad ni culpa, que lo que escriben hoy repercute mañana o en cualquier momento y que nada, nada se borra, todo queda registrado para siempre en algún sitio recuperable…

 

 Creo que las opciones para los twiteros son tres y muy claras: 

. siguen escribiendo lo que les viene en gana y asumen las consecuencias.

. ya no escriben lo que piensan y sienten y se lo guardan en el secreto de sus almitas.

. empiezan a cuestionarse si en vez de estar twiteando “cloacalmente” podrían poner cierto empeño en ser mejores personas...

 



viernes, 27 de noviembre de 2020

Diego... Diego... (nuevamente)

 


Maradona tiene que cargar con una cruz muy pesada en la espalda: llamarse Maradona. Es muy difícil ser Dios en este mundo, y más difícil comprobar que a los dioses no se les permite jubilarse, que deben seguir siendo dioses a toda costa. Y el de Maradona es un caso único, el deportista más famoso del mundo, a pesar de que hace años que ya no juega, esa necesidad de protagonismo derivada de la popularidad mundial que tiene. Quiero decir que es el más humano de los dioses, porque es como cualquiera de nosotros. Arrogante, mujeriego, débil… ¡Todos somos así! Estamos hechos de barro humano, así que la gente se reconoce en él por eso mismo. No es un dios que desde lo alto del cielo nos muestra su pureza y nos castiga. Entonces, lo menos que se parece a un dios virtuoso es la divinidad pagana que es Maradona. Eso explica su prestigio. Nos reconocemos en él por sus virtudes, pero también por sus defectos”. *


“Se convirtió en una especie de Dios sucio, el más humano de los dioses, eso explica la veneración universal que él conquistó más que ningún otro jugador. Un Dios sucio, que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón, pero los dioses por muy humanos que sean no se jubilan”.


Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo (1940-2015)

Ni se mueren...







miércoles, 25 de noviembre de 2020

Diego... Diego...

 


"Me van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones convenidas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, siempre con la misma e idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo.

Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el sólo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta. Digamos que uno va por ahí intentando no apartarse demasiado del camino debido, tratando de que los amores y los odios no le trastoquen irremediablemente la lógica.

Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantando que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome.

No obstante, y aunque tengo perfectamente claras esas cosas, no puedo cambiar mi actitud. Sigo siendo incapaz de juzgarlo con la misma vara con la que juzgo al resto de los seres humanos. Y ojo que no sólo no es un pobre muchacho saturado de virtudes. Tiene muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas, o como el que más. Para el caso es lo mismo. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico se detiene ante él, y lo dispensa.

No es un capricho, cuidado. No es un simple antojo. Es algo un poco más profundo, si me permiten calificarlo de ese modo. Seré más explícito. Yo lo disculpo porque siento que le debo algo. Le debo algo y sé que no tengo forma de pagárselo. O tal vez ésta sea la peculiar moneda que he encontrado para pagarle. Digamos que mi deuda halla sosiego en este hábito de evitar siempre cualquier eventual reproche.

El no lo sabe, cuidado. Así que mi pago es absolutamente anónimo. Como anónima es la deuda que con él conservo. Digamos que él no sabe que le debo, e ignora los ingentes esfuerzos que yo hago una vez y otra por pagarle.

Por suerte o por desgracia, la oportunidad de ejercitar este hábito se me presenta a menudo. Es que hablar de él, entre argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales. Para enzalzarlo hasta la estratosfera, o para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos, los argentinos gustamos, al parecer, de convocar su nombre y su memoria. Ahí es cuando yo trato de ponerme serio y distante, pero no lo logro. El tamaño de mi deuda se me impone. Y cuando me invitan a hablar prefiero esquivar el bulto, cambiar de tema, ceder mi turno en el ágora del café a la tardecita. No se trata tampoco de que yo me ubique en el bando de sus perpetuos halagadores. Nada de eso. Evito tanto los elogios superlativos y rimbombantes como los dardos envenenados y traicioneros. Además, con el tiempo he visto a más de uno cambiar del bando de los inquisidores al de los plañideros aplaudidores, y viceversa, sin que se les mueva un pelo. Y ambos bandos me parecen absolutamente detestables, por cierto.

Por eso yo me quedo callado, o cambio de tema. Y cuando a veces alguno de los muchachos no me lo permite, porque me acorrala con una pregunta directa, que cruza el aire llevando específicamente mi nombre, tomo aire, hago como que pienso, y digo alguna sandez al estilo de «y, no sé, habría que pensarlo»; o tal vez arriesgo un «vaya uno a saber, son tantas cosas para tener en cuenta». Es que tengo demasiado pudor como para explayarme del modo en que aquí lo hago. Y soy incapaz de condenar a mis amigos al tórrido suplicio de escuchar mis argumentos y mis justificaciones.

Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las ínfimas traiciones tan propias de nosotros los mortales.

Y en realidad es por ese carácter tan defectuoso del tiempo que yo me comporto como lo hago. Como un modo de subsanar, en mis modestos alcances, esas barbaridades injustas que el tiempo nos hace. En cada ocasión en la cual mencionan su nombre, en cada oportunidad en la cual me invitan al festín de adorarlo y denostarlo, yo me sustraigo a este presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en que me vi obligado a sellar este pacto que, hasta hoy, he mantenido en secreto. Un pacto que puede conducirme (lo sé), a que alguien me acuse de patriotero. Y aunque yo sea de aquellos a quienes desagrada la mezcla de la nación con el deporte, en este caso acepto todos los riesgos y las potenciales sanciones.

Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el tiempo al lugar cristalino del cual no debió moverse, porque era el exacto sitio en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y para mí. Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos.

Esa mañana habrá sido como todas. El mediodía también. Y la tarde arranca, en apariencia, como tantas otras. Una pelota y veintidós tipos. Y otros millones de tipos comiéndose los codos delante de la tele, en los puntos más distantes del planeta. Pero ojo, que esa tarde es distinta. No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedamos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio «te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros».

Así que están ahí los tipos. Los once nuestros y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol.

Y con semejantes antecedentes de tarde borrascosa, con semejante prólogo de tragedia, va este tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y aunque sea les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio.

Hasta ahí, eso solo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeas porque sabes que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga bueno, es suficiente, me doy por hecho, hay más. Porque el tipo además de piola es un artista. Es mucho más que los otros.

Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero sí sienten un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante.

Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y que las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar los ojos al cielo. Y no sé si él lo sabe, pero hace tan bien en mirar al cielo.

Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre, en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable.

Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria."


Eduardo Sacheri

sábado, 14 de noviembre de 2020

"La Muerte de un Miliciano" o cuántas vueltas se le pueden dar a una tuerca...

  Hace unos días o unas noches, mantuve una charla trasnochada que por esos azares dialógicos derivó en la emblemática fotografía del año 1936, “La Muerte de un Miliciano”.

 Es aquella fotografía de Robert Capa en la que se ve un miliciano republicano en el contexto de la Guerra Civil Española al momento de ser herido mortalmente en combate.

 



 Y no pude más que llegar a la conclusión de que es una imagen que funciona como una vertiente de reflexiones interpretativas:

. Propone una reflexión sobre la muerte y la muerte en combate.

. Propone una reflexión política sobre el bando republicano al cual pertenecía el miliciano que está muriendo.

. Pero también dice algo si la fotografía, como muchos afirman, es un montaje…

. Y también dice algo distinto si a la imagen se le cambiase el nombre como hizo años más tarde Philip Knightley, apoyado en la teoría del montaje.

. Y también nos propone una reflexión sobre imágenes y nombres puesto que toda imagen puede variar su significado de acuerdo al nombre que reciba.

. Y también nos dice otras cosas más si descubrimos que Robert Capa es el pseudónimo de dos personas, Erno Friedman y Gerda Taro (quien en realidad se llamaba Gerta Pohorylle), quienes se alternaban las cámaras y cuya autoría de uno y otro queda en una nebulosa…

. Y sigue diciendo algo más de uno de ellos al cual reconocemos habitualmente cuando hablamos de Capa y que es Erno Fridedman en el caso de que él jamás dijera que no había tomado nunca esa instantánea…

La muerte de un miliciano.

Un mar de lecturas posibles, un laberinto de posibilidades interpretativas, siempre con "otra vuelta de tuerca posible"... 


jueves, 12 de noviembre de 2020

"Recuerdo aquel lugar que ya no vemos..."

 

Después de unos días lejos de este espacio, es bueno volver con un poema...





"Recuerdo aquel lugar que ya no vemos

respiro un poco y voy impunemente

tan frágil como un día que ha pasado.

Podría no decir que el mismo cielo,

las mismas hojas brillan y la tarde

es toda igual a aquellas otras tardes.

Podría no decir pero lo digo:

el mismo brillo tenue, el mismo viento,

el mismo respirar de tierra fértil.

Lo digo sin pensar, como un intento

que nunca servirá:

no estás, no estoy, no estamos."


P.S.