Cuando la telefonía móvil sumó, mejoró y amplió su capacidad para tomar imágenes, la selfie se convirtió en pasión.
Había habido, con cámaras
analógicas, algunos precursores de la “autofoto”, no existía la palabra selfie, pero de esos precursores,
podemos hablar en otro momento.
Con la posibilidad de
acceso a un teléfono móvil y, por ende, con la posibilidad de auto tomarse
imágenes que traen esos móviles, los ciudadanos del mundo no hacen más que
retratar y retratarse solo con el fin de compartir esas imágenes con un puñado
de conocidos.
Desde hace tiempo que solo
existe el disfrute de estar en un lugar en tanto y en cuanto se pueda mostrar
que estamos en ese lugar. El gozo de ver algo, se transformó en el gozo de
mostrar que estamos viendo algo (aunque en rigor, no lo estamos viendo con
atención).
No miramos tanto la obra
de arte, le damos la espalda para mostrar que estamos cerca de ella.
La tentación de hacer
esto, está expoliada además por la posibilidad de compartir esa misma imagen
con otros, al instante y en “tiempo real”.
El disfrute completo de la
realidad se pierde. No se mira un paisaje si no es virtud de poder presumir que
se está allí; no se aprecia una obra de arte si no es pensando en que, en el
acto, se puede comunicar que estamos frente a ella; no se experimenta un
momento histórico, solemne, digno de respeto, si no es para presumir que lo
estamos “viviendo”…