Entiendo a los acumuladores. Es algo comprensible: guardan algo que podría servir para un momento que nunca llega.
Hay personas que tienen la manía contraria, lo arrojan todo a la calle o
a la basura. Son esos amigos y conocidos cuyas casas parecen el monumento al
minimalismo, no hay casi nada en ningún sitio, apenas lo imprescindible,
incluso menos.
El resto, ahí andamos, conservamos cosas y nos deshacemos de otras. Por
lo general, cada tanto tiempo, concluimos en que conservamos lo que no nos
servía y añoramos muchas cosas de las que nos deshicimos: juguetes de la
infancia, fotografías, discos de vinilo, revistas de historietas (tebeos,
comics), un álbum de figuritas (cromos), cartas, cassettes, entre otras tantas
cosas.
Leo el encantador libro de Santiago
Venturini, “Pequeña enciclopedia mental” al hacer alusión a los souvenirs, ese pequeño presente que nos
dan en alguna fiesta de casamiento o cumpleaños; en estas tierras, las de los
cumpleaños de 15 se consideran como objetos recordatorios cuasi sagrados: “¿Dónde terminarán los souvenirs? En la
basura de los invitados, porque si uno guardara todas las chucherías que recibió
en las fiestas podría abrir el museo más perturbador del mundo”…
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