De tanto en tanto, despunto la vocación de escritor realizando alguna publicación en esta ciudad marítima al sur del mundo.
En este caso, se trató de cuentos que dicen que los fantasmas no existen
ni existieron, aunque hay alguna forma de existencia fantasmagórica posible. A
los que me consultaron sobre esa afirmación algo extraña y contradictoria sólo
pude responderles con un cuento a modo de ejemplo:
El mensaje
Una vez, su esposa le había recomendado
un libro: “Ahí te lo dejo” le dijo, “tiene algo interesante”. Él no lo leyó, lo
postergó siempre. Lo dejó en la biblioteca y lo olvidó. Años después, ya viudo,
volvía de la casa de su mejor amigo, que había desmejorado mucho, de alguna
manera le había dicho que ya no quería más visitas. Ese amigo, como buen amigo
que era, quería privarlo del espectáculo del deterioro final. Es que la muerte
suele ostentar esas incomodidades vergonzosas que los buenos corazones tratan
de no compartir. Así que, llegado a su casa, luego del que fue su último
encuentro, se sentó en su viejo sillón y, por primera vez, constató que ahora
sí, para la totalidad de su existencia, se había quedado profundamente solo,
sin mujer y sin amigos.
Como es de prever, miró hacia la
biblioteca y sus ojos dieron con el libro que ella le había recomendado. En
realidad, tenía algo de apetito, pero ya no sabía qué cocinarse, así que tomó
el libro y se puso a leer. Su presunción no fallaba, las primeras páginas le
supieron insípidas. La temática, el tratamiento de los personajes, hasta el
formato editorial le resultaba insulso. Lo único llamativo fue que cayó una
hoja de papel que estaba oculta entre las páginas. Estaba escrita con letra de
su mujer. Era una receta de cocina que, de un vistazo, adivinó magnífica y
sabrosa. Al final, ella le decía: “Para cuando te quedes solo”.
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