Durante la primera mitad del siglo pasado, la radio fue la estrella de medios y espectáculos. Las familias se reunían a escuchar cancionistas y radioteatros. Pero, a mediados del siglo, la T. V. se hizo con el protagonismo y la preferencia. Hoy la T.V. decrece fagocitada por internet, su estrella se apaga año tras año. Durante ese mismo siglo del que hablamos, el XX, el cine de sala acrecentaba su magia década tras década sumando a su vez mejoras tecnológicas sin precedentes.
No hace falta decir que el cine verdadero es en una sala de cine, con el ritual y el espacio que le corresponden. Sin embargo, lentamente decrece. Cito una nota periodística:
“Para comprobarlo alcanza con comparar las cifras de las recaudaciones globales de esta temporada con las de 2019, la anterior a la pandemia. Mientras las diez películas más vistas este año sumaron en conjunto algo más de 8.130 millones de dólares, cinco años antes habían acopiado nada menos que 13.244 millones, convirtiéndose en la mayor recaudación de un top 10 en la historia del cine.”
Los dispositivos hogareños y las plataformas cinematográficas para ver en el
hogar hacen que cada vez, menos gente se sienta llamada a ir a la sala como
antaño. Y, desde este espacio, nos atreveríamos a sumar una causa más. Al menos
como válida para muchas regiones: el costo de la entrada. En nuestro territorio,
ir al cine es una opción cuasi de lujo. Cada vez más costosa y que pierde la
partida ante otras propuestas cuando no hace tanto, era accesible, cualquier
niño con unos centavos en el bolsillo podía ir a ver una película y hasta
invitar a un compañero o a la niña de sus sueños.
Es posible que el cine verdadero se esté alejando de un lugar del que no
se debería alejar que es la masividad del público, el pueblo, las mayorías…
No hay comentarios:
Publicar un comentario