Sería
extraño que no nos refiriéramos al deporte que por estas tierras más nos
apasiona. Sería más raro aún que habiendo triunfado en la máxima contienda que
ofrece este deporte nos quedáramos callados…
Alguna
vez, en este espacio, hablamos del jugador emblema, no hace falta nombrarlo,
tiene la categoría de las deidades de antaño. Hablábamos en este espacio
dolidos por cuatro instancias finales perdidas, por su actitud de deambular
cabizbajo como mirando el campo de juego buscando explicaciones, buscando la
solución a un enigma que se le hacía imposible. Hablamos en este espacio
también de su falta de capacidad simbólica para liderar y como decimos en estos
lares “ponerse la situación y el equipo a
hombros”.
Pero
ahora hablamos de la misma deidad en su gloria. Es el mismo pero es otro, fue
otro, todo por lo que le reprochábamos fue desaparecido. Se irguió distinto,
magno y mago en lo suyo.
Dignísimo,
abnegado, irrefutable…
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