Se entiende que sólo en el universo de la ficción del comic y del cine de superhéroes se puede sostener el
anonimato con máscaras durante toda una vida, durante toda una vida de
superhéroe…
Cualquiera se daría cuenta de que Batman es Bruce
Waine, en un instante identificaríamos a Robin quien sólo se cubre
con un pequeño antifaz…
Y así todos, alguno querrá hacer la salvedad por el Hombre-Araña
(Spiderman)… Pero, no hay caso, con las tecnologías actuales todos serían
fácilmente identificados, por eso viven en un universo de ficción algo
infantil.
A excepción de Superman.
Superman tiene el disfraz perfecto. No hace más que quitarse sus lentes que ni
siquiera son “lentes de sol”.
Tiene el disfraz perfecto porque su disfraz
es su actitud.
No hay modo de relacionar a ese pusilánime,
mediocre, insulso, ese hombre tan, tan común que es Clark Kent con Superman.
Nunca podría ser él…
Ya se ha dicho que, en su caso, la situación es
inversa, Superman es el sujeto originario y Clark Kent es la
máscara, es decir al revés de todos los restantes superhéroes.
Pero, de todos modos, su estrategia es genial.
Su camuflaje es una actitud existencial, una
posición ante la vida, una manera de ser que hace que nadie pueda relacionar el
rostro de Kent con el de Superman.
Así de simple.
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