Releo aquellos libros que
escandalizaron alguna década… “Los
caminos a Katmandú” (René Barjavel) y vuelve esa sensación
de tabú y de lectura prohibida en la historia de aquellos jóvenes que veían en
Katmandú (ciudad en la que el consumo de drogas era libre), un objetivo
libertario que, en realidad, estaba en otra parte:
“Aquella
tarde estaba sentado en el lugar de costumbre, había dispuesto sus dibujos
floridos, su cartel y su caja vacía, y había comenzado a cantar. La niebla le
cayó encima de golpe. Recogió su jardín, se puso el capuchón de su duffle-coat , y siguió cantando,
no con la esperanza de recoger algunas monedas, sino porque también hay que
cantar en la niebla. La humedad distendía las cuerdas de su guitarra, y por
fracciones el tono descendía a la melancolía del menor. El fondo del río lento
hizo surgir ante él el cuerpo de Jane. A la altura de sus ojos vio pasar el
borde de su vestido de ahogada, sus largas piernas mojadas, una mano abierta
que pendía. Miró hacia arriba, pero lo alto del cuerpo y la cabeza se fundían
en el agua gris. Cogió la mano helada en el momento en que iba a desaparecer,
extrajo el cuerpo y descubrió el rostro de Jane. Era como una flor que se abre
después del crepúsculo y que cree que sólo existe la noche.”
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