Todo
escritor consagrado es visto como un eximio lector, un hombre de lecturas tan
extensas como profundas.
El
imaginario del mundo cultural exige, no sin razón, que los grandes escritores
ostenten la fama de grandes lectores. Y así lo refrendan el anecdotario y la
fama de los mismos.
Es difícil
imaginar a un escritor que confiese “…y, la
verdad es que leo poco…”
Acaso exista o haya existido alguno, y no estaría
mal ni menguaría ello gloria y fama.
Creo que algo de esto tenía Rodolfo Fogwill…
Sus
declaraciones: “Estoy inhabilitado para
el matrimonio: no hay gente viva que haya perdido tantas cosas, casas, muebles,
armas, cámaras, ropa, diskettes, discos y libros como yo. Hace veinte años me resigné
a vivir sin biblioteca, lo que me preserva de cualquier compromiso con
simulacros críticos y académicos…”
Fogwill y desde aquí, un brindis en honor
a la sinceridad intelectual…
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