Releyendo anecdotaría sobre investigaciones científicas...
Puestos a pensar en qué sucedería si a un anciano anacoreta, a un viejo monje, a un maduro sacerdote, a un añoso asceta, eremita o afines se le ofreciese rejuvenecimiento y acaso eternidad, suponemos que, a las claras, la rechazarían. Algo nos dice que una vez llegados al umbral de la gloria y la eternidad, no querrían volver atrás, comenzar de nuevo, andar nuevamente el derrotero de renunciamiento que los llevó al presente. Supongo, casi sin miedo a equivocarme, que la tentación del retorno a la juventud es solo para los pecadores, para los amantes de la juerga, la buena comida, la bebida y las sonrisas de muchachas y muchachos. No obstante, tampoco serviría de mucho, pues prontamente ese don lo despilfarrarían. Esta es la enseñanza que nos deja el intento de Dr. Serge Voronoff, quien allá por 1921 andaba haciendo injertos de glándulas de genitales de primates en humanos. Cuando lo hizo con un tal Sr. Liardet este presumió que sus arrugas habían desaparecido, el cabello le había vuelto a crecer y otras maravillas propias de la juventud le habrían regresado. Pero, apenas dos años después estaba muerto. Voronoff aclaró que no fue por el tratamiento sino porque, una vez rejuvenecido, había retomado la vida licenciosa de su juventud que incluía el alcoholismo.
La anécdota prueba que el
rejuvenecimiento solo sería apetecible para nosotros, los pecadores, aunque
claramente de poco nos serviría…
Haberlo sabido antes de envejecer tanto...
ResponderEliminarSaludos,
J.