De vez en cuando releo esta anécdota que refiere J.L. Borges al recordar al gran Macedonio Fernández:
“Macedonio
no le daba el menor valor a su palabra escrita; al mudarse de alojamiento,
solía olvidar sus manuscritos de índole literaria o metafísica, que se habían
acumulado sobre la mesa y que llenaban los cajones y los armarios. Mucho se
perdió así, acaso irrevocablemente. Recuerdo haberle reprochado esa
distracción; me dijo que suponer que podemos perder algo es una soberbia, ya
que la mente humana es tan pobre que está condenada a encontrar, perder o
redescubrir siempre las mismas cosas. Con los años he llegado a aceptar esa
verdad…”
Siempre me pareció esta actitud de una valentía y humildad sin precedentes.
Estamos cuidando como tesoros esos pequeños logros de nuestra originalidad como si gran cosa fueran y Macedonio nos alivia de pretensiones de autoría y sueños de grandezas personales arrostrándonos un camino de humildad…
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