En la
sala de teatro suena un celular (teléfono móvil), en medio de la función de
cine a alguien que no lo ha apagado, le
suena el celular, durante el oficio religioso fuere de la religión que fuere,
suena un celular, en medio de una clase apasionada o tediosa, en el transporte
público, en el cementerio mientras se transporta un ataúd, durante la cena,
durante el almuerzo, durante la noche, a media tarde, a media mañana, bajo el
sol, en plena lluvia, en plena lucha, en plenilunio suena y suena siempre, infalible, un celular…
Y lo más
triste es que se atiende, todo el mundo atiende el celular, lo que en gran
medida nos está diciendo “puede ser importante lo que estoy haciendo contigo
pero más importante es la llamada del celular”.
Y si no
suena, se “mensajea”, se “wasapea”, se consulta una red social.
Siete de cada diez personas con las que hablo en el día interrumpen el diálogo
para mirar el celular…
Evidentemente
nos dicen a las claras que lo nuestro no es importante, que se desea estar y
dialogar con el otro que jamás está.
Les
importa nada nuestra presencia. Creo que en realidad les importa un cuerno la
presencia, la de quien sea…
No nos
engañemos, eso es lo que nos están diciendo.
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