domingo, 20 de abril de 2014

El canillita de mi barrio, héroe épico como ninguno

 “Canillita” se llama en esta parte del mundo a la persona que  vende diarios.

 No al dueño de un puesto de diarios, sino al pobre empleado al cual le dan un montón de periódicos y debe salir a  venderlos a sangre y fuego.

 El estereotipo del “canillita” cinematográfico es un niño que vocea el periódico con una noticia fatal: el comienzo de una guerra, el hundimiento del Titanic (porque el único barco que se hundió en el imaginario mundial es el Titanic).
 
 Pero yo estoy convencido de que el “canillita” del kiosco de mi barrio es un héroe épico.

 No es un joven, tiene la edad épica; Ulises, Agamanón, siempre tuvieron entre 40 y 60 años... (diez años de guerra en el caso de Odiseo y diez años de retorno con el único fin de retozar en paz con su mujer).

 El “canillita” de mi barrio, hace años que sale a una avenida a tratar de vender un producto que cada día es más difícil de vender. Pocos compran el diario en formato papel, además de caro y engañoso se lo puede leer con sus mismas cualidades de manera “on line”.
 
 Pero el hombre sale y sale, no tiene otra actividad mejor, se nota que el destino lo ha castigado a hacer esto hasta las últimas consecuencias.

 Es poco clemente la meteorología de mi ciudad. Situada en el país más austral del mundo, la urbe fue pesimamente fundada en un punto de transición climática, el frío aterrador y el calor desesperante pueden sentirse en el mismo día (dicen que es la ciudad en la que las cuatro estaciones pueden presentarse en una sola jornada).

 Así que el tipo, está siempre abrigado. Es lo más parecido a un soldado en campaña, el abrigo nunca está de más. Sobre sus sweaters gastados lleva siempre un rudimentario chaleco impermeable, inexorable, fatal, sin variante alguna.

 Podría ser un personaje conflictivo, pero con nadie se mete y a todos saluda. Abre la palma de su mano desde su infinita soledad y bajo cualquier inclemencia saluda, los niños le devuelven el gesto desde los automóviles refrigerados, las damas bellas saludan con piedad desde sus calefaccionados asientos al “canillita” empapado que muestra los titulares enfundados en nylon.

 Y sonríe a todos, pero sin un atisbo de hipocresía, sin esa típica y tan notoria como falsa cordialidad comercial. Saluda con una inocencia que, a veces me duele, más aún cuando todos los que no le compran jamás ni un suplemento de cocina lo saludan como a un amigo.

 Es un héroe de verdad.

 Alguna vez yo, mientras esperaba cruzar la avenida, le saqué conversación, esperaba la queja universal contra Dios por la inclemencia del frío: “Está helando” le dije, a lo que me contestó “Es lo normal en esta época”

 Y tenía razón porque es lo normal, en este sitio y en ese momento.

 Sin reclamos a Dios, sin quejas a su destino de hombre mayor y vendedor de diarios, sin resentimiento hacia todos los que lo saludan pero no le compran.

 A veces, con una taza de café con leche (que le da la dueña del kiosco), sigue intentando vender periódicos.

 Es un héroe el “canillita” de mi barrio…






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