No al
dueño de un puesto de diarios, sino al pobre empleado al cual le dan un montón
de periódicos y debe salir a venderlos a
sangre y fuego.
El
estereotipo del “canillita”
cinematográfico es un niño que vocea el periódico con una noticia fatal: el
comienzo de una guerra, el hundimiento del Titanic
(porque el único barco que se hundió en el imaginario mundial es el Titanic).
Pero yo
estoy convencido de que el “canillita”
del kiosco de mi barrio es un héroe épico.
No es
un joven, tiene la edad épica; Ulises,
Agamanón, siempre tuvieron entre 40
y 60 años... (diez años de guerra en el caso de Odiseo y diez años de retorno con el único fin de retozar en paz
con su mujer).
El “canillita” de mi barrio, hace años que
sale a una avenida a tratar de vender un producto que cada día es más difícil
de vender. Pocos compran el diario en formato papel, además de caro y engañoso
se lo puede leer con sus mismas cualidades de manera “on line”.
Pero el
hombre sale y sale, no tiene otra actividad mejor, se nota que el destino lo ha
castigado a hacer esto hasta las últimas consecuencias.
Es poco
clemente la meteorología de mi ciudad. Situada en el país más austral del
mundo, la urbe fue pesimamente fundada en un punto de transición climática, el
frío aterrador y el calor desesperante pueden sentirse en el mismo día (dicen
que es la ciudad en la que las cuatro estaciones pueden presentarse en una sola
jornada).
Así que
el tipo, está siempre abrigado. Es lo más parecido a un soldado en campaña, el
abrigo nunca está de más. Sobre sus sweaters gastados lleva siempre un
rudimentario chaleco impermeable, inexorable, fatal, sin variante alguna.
Podría
ser un personaje conflictivo, pero con nadie se mete y a todos saluda. Abre la
palma de su mano desde su infinita soledad y bajo cualquier inclemencia saluda,
los niños le devuelven el gesto desde los automóviles refrigerados, las damas
bellas saludan con piedad desde sus calefaccionados asientos al “canillita” empapado que muestra los
titulares enfundados en nylon.
Y
sonríe a todos, pero sin un atisbo de hipocresía, sin esa típica y tan notoria
como falsa cordialidad comercial. Saluda con una inocencia que, a veces me
duele, más aún cuando todos los que no le compran jamás ni un suplemento de cocina
lo saludan como a un amigo.
Es un
héroe de verdad.
Alguna
vez yo, mientras esperaba cruzar la avenida, le saqué conversación, esperaba la
queja universal contra Dios por la inclemencia del frío: “Está helando” le dije, a lo que me contestó “Es lo normal en esta época”…
Y tenía
razón porque es lo normal, en este sitio y en ese momento.
Sin
reclamos a Dios, sin quejas a su destino de hombre mayor y vendedor de diarios,
sin resentimiento hacia todos los que lo saludan pero no le compran.
A
veces, con una taza de café con leche (que le da la dueña del kiosco), sigue
intentando vender periódicos.
Es un
héroe el “canillita” de mi barrio…
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