Hace muy poco estuve hablando ante un pequeño auditorio sobre las “leyendas urbanas”. Nada muy original lo mío: las características, las fuentes, los medios de difusión, sus temáticas, los personajes típicos, los lugares predilectos, la categoría o no de “leyenda”, etcéteras.
Pero, lo interesante fue que mientras se teorizaba no había en los presentes ningún signo de cuestionamiento.
Lo bueno se disparó a la hora de arriesgar algunas de esas historias que andan circulando por estas tierras. Propuse, escuetamente, “la del muchacho que conoce una chica un sábado por la noche, entran en diálogo porque él, sin querer, le mancha el vestido con su bebida (en algunas versiones la pollera o la camisa o la manga de una campera, con una bebida alcohólica o con café o lo que fuere), discuten pero congenian. Pasan una noche de amistad prometedora. Al día siguiente, el muchacho va a la casa de ella, allí lo recibe la madre diciéndole que su hija ha muerto hace unos cuantos años. Él describe a la muchacha, le comenta el episodio del vestido, la madre revisa en el guardarropa de la hija muerta y encuentra dicha prenda con la mancha supuesta de la noche anterior…”
Y ahí se despliega la fuerza del relato de transmisión oral: ni bien termino de recordar a la audiencia esta historia anónima cuando alguien de los que me seguía con cierta atención dijo con total seguridad: “¡Pero eso pasó de verdad! ¡Fue aquí, en Mar del Plata!”
El poder de la leyenda urbana…
Nota: No dejo de recomendar el libro de leyendas urbanas de España, escrito por Antonio Ortí y Josep Sampere. Leyendas urbanas en España. Ed. Martínez Roca, 2001.
En serio pasó acá!
ResponderEliminar¡Si con la madre no lo podíamos creer! Mirábamos una y otra vez el vestido sin poder creer lo que ocurría. Todavía estaba un poco húmeda la mancha!
Créeme!
Dejá de fomentar "las leyendas urbanas", vos no sos el amigo de un amigo...
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