Un diario local decidió editar los 20 libros
clásicos de la “Literatura erótica”
universal, es decir, lo que alguna vez, Editorial Planeta, si mal no
recuerdo, editó con el nombre de “La
sonrisa vertical”.
No está mal volver siempre a las fuentes, no se vaya
a creer alguno que al erotismo literario lo inventó E. L. James con “Cincuenta sombras de Grey”
hace unos pocos años…
El primero que salió nuevamente a la venta fue “Memorias de una princesa rusa”
y, por supuesto, la relectura a las puertas ineludibles de la vejez tiene sus
fascinaciones, no todo podía ser tan malo cuando comienza el ocaso…
Puesto a releerlas, a salvo ya del apremio mórbido
de la adolescencia, pude observar cuán cruel y criminal puede ser el deseo.
La pobre princesita Vávara, no puede poner
frenos a sus más profundas inclinaciones de placer, en especial cuando tiene todo para
procurar sus deseos (para satisfacer verdaderamente todos los deseos uno necesita
dinero y poder, cosas que, precisamente, tenían las princesas rusas en la época
en que había princesas rusas…).
Pero dar rienda a los deseos supone exponerse a los
secretos traicionados, a la delación y a la fanfarronería de los robustos
brutales que son, justamente, esa clase de personas que les gustaban a las
princesas rusas, a las princesas rusas de las novelas eróticas con princesas
rusas...
Y, obviamente, para acallar a los testigos, Vávara
no puede hacer otra cosa que eliminarlos.
Al poco tiempo de convertirse en la propia sacerdotisa
de su culto de placer, se convierte en una araña que debe matar sino a todos, a
la mayoría de sus amantes.
Así es de terrible el deseo que, en su honor, todo
parece permitirlo:
“Mira, descorro la cortina que oculta tu figura, que esconde tu forma de
lujuria y horror, que para mí solo es de un deleite inefable…”
Anónimo. Memorias de una princesa
rusa
No hay comentarios:
Publicar un comentario