Hay quienes aman el jazz como es
nuestro caso…
Pero no…
Ahí apareció Diana sola, solísima sobre el escenario, con su piano y un
simple micrófono. Ni bien comenzó a cantar, la magia sucedió. Era ella,
inconfundible, casi con un sonido crudo, puro, como cantando en el patio de tu
propia casa. Lejos de una rutina fríamente calculada, le preguntó al
asombrado público qué canciones querían que interpretase, y comenzaron (comenzamos) a pedirle
temas que con total familiaridad y excelencia maravillosa nos regaló.
Atípica, íntima, genial, ella misma.
Gracias por la música Diana Krall, gracias por la magia…
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