La definición de “chisme”
supone un comentario o noticia no verificada. Muy generalmente de carácter
negativo se entiende. Difícil es que circule en secreto una buena noticia noble
y digna de felicitación.
Casi siempre son cuestiones que
otros quisieran guardar muy en secreto y alguien se entera y comienza la fatal
circulación. Digo “fatal” porque ya sabemos cómo funciona el viejo juego del “Teléfono descompuesto”…
El autor Edgardo Cozarinsky ha escrito un par de libro deliciosos sobre
cuestiones nimias que podrían no haber salido a la luz en el ámbito de la
cultura y la literatura argentinas en “Museo
del chisme” 2005 y “Nuevo
museo del chisme” 2013. Esas cosas que sucedieron y se dijeron en esos
ambientes bien podrían haber quedado olvidadas, pero le agradecemos a Edgardo la publicación porque, al fin y al cabo, el chisme puede
considerarse una práctica miserable pero difícil es no prestar oídos, tan
débiles somos…
Sin duda que el chisme daña
más de lo que beneficia. “Chusmear” es el verbo que derivó para expresar la
práctica de contarlos. Debo decir que durante mucho tiempo no comprendí ni esta
actividad ni la afición por ella que se
vive en las instituciones, en algunas sociedades y especialmente en las
comunidades urbanas más pequeñas: “Pueblo
chico, infierno grande”. Pero, también quiero confesar que cuando alguna
vez la vida me hizo deambular esos amados pueblos chicos, comprendí que el
chisme llena horas y apasionamientos de quienes no logran llenar sus horas y
sus pasiones con otras cosas…
Presenciando tertulias de
largas horas en las que los participantes parecían competir en exponer chismes
a cada cual más comprometedores, fui albergando el sentir íntimo de que en
realidad, si me dieran a elegir entre estar contando historias ajenas o
protagonizarlas, creo sin dudas que hubiera elegido el protagonismo. Estar en
una reunión de comentaristas de chismes, siempre me ha resultado un momento que luego de ser
morbosamente atractivo deviene en aburrimiento y pena.
Peter
Orner como buen escritor ha puesto en palabras lo que yo no
podía, se ha puesto a escuchar a una pareja en la que uno comienza a
contar privacidades de otros. Orner no puede saber qué dicen pero
entiende lo que está sucediendo. Analiza la tensión previa a la noticia secreta
y luego observa la declinación del gozo una vez que todo se ha develado, como
si lo mejor del chisme fuesen los momentos previos, el pacto de silencio que no
será respetado, las frases cómplices antes del anuncio:
“Se
quedan ahí unos segundos en silencio y piensan en esas dos personas felices que
no deberían estar manoseándose -¡pero lo están!- detrás de las cortinas de
alguna habitación de hotel de este soleado paraíso exdraconiano. Siempre es
preferible ser objeto de un chisme que contarlo…”
Peter
Orner. ¿Hay alguien ahí?
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