“…Cuando uno de ellos me decía `un
político puede llenar las calles con carteles con su cara, una marca comercial
puede llenar las calles con carteles de coches o de sujetadores de mujeres, y
yo no puedo poner mi nombre. ¿Por qué un político es legal y yo soy ilegal?´.
Bueno, no es una guerra que pretenda ganar, no es un combate por una victoria
social, es una manera de desahogar, de volcar, de gritar, sin ningún objetivo
concreto, porque el grafitero no
quiere cambiar el mundo, quiere gritar `yo soy, yo estoy, yo existo´. Entonces,
eso ofrece posibilidades muy interesantes para analizar lo que es el arte
moderno, tan capturado, tan domesticado, tan secuestrado por marchantes sin
escrúpulos, por galeristas esnobs y por artistas mediocres amparados por el
sistema. Encontrarse con ellos, entonces, con la actividad dura, violenta del grafitero en la calle, crea unos
contrastes muy interesantes que quería explotar con esta novela."
La
última novela de la que habla es: “El francotirador paciente”.
Una historia sobre grafiteros.
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