Y sigue
el amigo Reverte:
“Bueno, hay un arte moderno absolutamente ficticio. En el arte moderno hay cosas muy buenas, evidentemente, pero el sistema tiene sacralizadas una serie de mediocridades a las que hace multimillonarias. Y le pongo un ejemplo concreto, el caso de Damien Hirst. Incluso entre los grafiteros, a artistas como Banksy lo consideran estafadores de categoría, desprecian profundamente a ese tipo de artista. Entonces, frente a todo eso, digamos que la actividad del grafitero que no persigue éxitos, ni exponer, ni galerías, que se conforma con salir a la calle, hacer su tapia y volver a su casa con los amigos a tomar unas cervezas, tiene unos aspectos casi románticos, digamos, dentro del vandalismo general, que lo hacen singularmente atractivo. Entonces, claro, uno debe aprobar la vaca muerta de Damien Hirst pero debe criticar a un chico que hace una pared maravillosamente bien hecha en la cual está volcando un montón de cosas que si uno mira las ve; no sé qué decirle. Por eso, para esta novela me planteaba una serie de preguntas que no intento responder sino plantear, porque al fin y al cabo yo sólo soy un novelista, cuento historias, no soy un artista, ni un sociólogo, mando una serie de preguntas e interrogantes…”
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