lunes, 30 de enero de 2012

La serpiente de Cleopatra.


  En la última entrada, hablamos caprichosamente de los ojos de Cleopatra, en realidad de las posibles miradas de Cleopatra.

  Y, como su influjo sigue siendo superlativo a pesar de las distancias temporales, al menos para mí, no puedo menos que volver a hablar de Cleopatra.

  Pero esta vez del áspid...

  Yo siempre creí que, ante la derrota inminente, se había dirigido a su serpentario personal, a su sala de estar en donde lucía, entre lujosos cristales, terribles serpientes orientales y, allí mismo extendió su mano a la espera de ser mordida.

  Pero parece que vi demasiadas películas…

  Cleopatra, ya derrotada y prisionera, habría logrado hacerse traer de manera solapada una serpiente hasta su tienda para que le inoculara el veneno en su brazo…

  No obstante, la versión de los artistas es más interesante:

 En esta versión de Miguel Ángel de 1535 perteneciente a la colección “Dibujos de presentación”, el áspid circunda el cuello de la reina como si procediera de la ondulada cabellera, es decir como si el ofidio fuera una extensión de los cabellos, una especie de Gorgona que, en lugar de atacar, se dispone a inmolarse. Acaso una sutil manera de aludir a la voluntad suicida de Cleopatra.

Cleopatra. Miguel Ángel

  En esta versión de Giampetrino, de 1530, “La muerte de Cleopatra”, la serpiente, sostenida por la mano izquierda, está a punto de morder uno de sus pechos contradiciendo cualquier versión clásica de la historia y agregándole una metáfora tanática-erótica muy importante.

La muerte de Cleopatra. Giampetrino

Nota: el gesto de la versión de Giampetrino es de alivio, acaso el veneno es bienvenido porque la liberará de la humillación que quieren imponerle los vencedores. En la versión de Miguel Ángel, hay frialdad en el rostro estilizado de la dama que transmite su temperamento imbatible. Un estudio posterior logró descubrir, en el reverso de la pieza, un boceto anterior casi idéntico a diferencia de  que, en esta versión descartada,  los rasgos faciales de la reina estaban teñidos por la angustia que precede a la muerte.

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