Toda narrativa exitosa es, en poco o en mucho, algo
parecido a la prestedigitación. Es un truco de magos y George Martín es un gran mago
o, al menos, es un mago muy existoso.
En su saga, ha tomado la opción original de
ofrecernos posibles héroes, hacerlos queribles, que los amemos, y una vez
sentadas las bases elementales para que cualquier lector-espectador adhiera a
ese personaje, los ha matado lisa y llanamente para hacernos saltar de la
silla.
Pero, todo ha sido una gran estrategia de
ocultamiento, nos ha escondido durante todos estos años a los verdaderos
protagonistas.
Ahora, cuando se aproxima al final de la historia,
no le queda más que mostrar sus cartas y volver a la narrativa tradicional, esa
a la que estamos acostumbrados y reconocemos como normal.
Dos personajes marchan hacia su destino heroico,
ellos eran finalmente los protagonistas, lo demás fue todo un truco para ocultarlos teniéndolos a la vista.
Hay que ver si el creador toma la opción de culminar
dentro de la gran tradición heroica (más allá del triunfo o la derrota) o se
embelesa con su magia y retoma el viejo truco que, por usado tantas veces, ya
no tiene gran efecto.
O se encolumna en la noble narrativa o camina sobre
el estilo “animé” que hace queribles a personajes sólo para matarlos, puro
sadismo japonés…
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