La aspiración humana por la eternidad es algo que
siempre me ha fascinado.
Ciertamente que, sin meternos en cuestiones de fe,
si hay algo efímero en el universo, ese algo es el ser humano, no obstante, nos
desvivimos por ella, por la eternidad, por lo perenne. Antes más que ahora, eso
es cierto.
Sellábamos un sinfín de compromisos con la impronta
de lo indeclinable, lo indestructible lo permanente.
Ordenaciones sacerdotales, matrimonios, actas
fundacionales, pactos, etc. todo aquello era para siempre.
Ya no.
Sin embargo quedan algunas decisiones humanas
difíciles de volverlas atrás…
Tatuarse era como un compromiso definitivo. Ahora,
aumentan cada día las huestes de arrepentidos que imploran y pagan costosísimas y
algo dolorosas terapias de camouflage o borrado.
Un gran número que no se está calculando, ya parecen
esposas y esposos arrepentidos.
“Cada tanto me preguntaban por ella. Yo llegué a decir que era una amiga
que se había muerto…” frase de un genial arrepentido cuyo tatuaje era,
obviamente, el nombre de su amor al que ya no amaba…
Es lógico, los humanos no gozamos de eternidad,
pero, al menos, teníamos ínfulas de eternidad, aventábamos coraje de decisiones
que no debían discutirse.
Me gustaba eso, me gusta eso. Intentar lo que no
puede llevarse a cabo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario