Descubro
al escritor que dedicó sus extensas crónicas teatrales a sus gatos (si no me
equivoco, a sus gatos y perros que los tuvo en cantidad). Cínico como pocos: “Hay
veces en que escribir me causa repugnancia, cuando pienso en la cantidad de
asnos por los que puedo ser leído.”
Pero
duele terriblemente (y supongo que es lo que él quería lograr) su breve
“meditatio mortis” que resume en la siguiente frase: “Un perro vivo vale más que un escritor muerto”.
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