La verdad es que esta costumbre
no existía hace un tiempo.
Salvo los niños, el resto de la
humanidad no contaba finales de ningún tipo, ni de películas, ni de libros, ni
de nada.
Luego, percibí que este tipo de
acciones se habían expandido entre los adolescentes.
Entendible, en la
adolescencia parece que interesa más el final que el desarrollo de lo que
fuere. Los adolescentes quieren saber cómo termina cualquier cosa sin importar
todo el resto, que es justamente lo que importa ya que el final es la
consagración de miles de matices y detalles y sucesos de una historia.
Pero…ahora el fenómeno se ha
expandido.
Los adultos cuentan o suben a
la red, finales, “spoliers”, porque
en este país no somos capaces de llamar a las cosas por su nombre: “contar finales”.
Una actitud infantil, estúpida,
miserable y mala leche.
La serie Game of Thrones es una
muestra evidente de esta maldita costumbre...
No veo, por suerte, esta acción repudiable en el
público teatral. Hay obras teatrales cuyos finales son extremadamente
sorprendentes y las obras continúan temporadas y temporadas sin que a nadie se
le ocurra andar comentando el momento supremo…
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