miércoles, 23 de mayo de 2012

Babel y un poeta “menor” que interpreta lo que quiere…




  Mi amigo poeta, ensayista y evidente autodidacta Enrique Sbareglia (ver entrada del 25/02/12) hacía interpretaciones personales de las Sagradas Escrituras. Era, en cierta medida, como un buen protestante pero desprolijo. Esta costumbre la sustentaba en Xul Solar quien, en los ratos libres, inventaba religiones. Pero lo de Sbareglia no tenía sustento, era algo grave porque él interpretaba  regaladamente textos que merecen el mayor de los respetos. De haber habitado la Edad Media, poco hubiera vivido mi amigo. El tema es que interpretaba, preferentemente, luego de la tercera, cuarta o quinta copa secreta de vino y escribía sus conclusiones.

  “Este Quique puede hacerle decir a la Biblia cualquier verdura” lo censuraba, no sin razón, alguno de mis otros amigos, entendiéndose, en estas latitudes la palabra “verdura” como cualquier despropósito conceptual. Y es que Sbareglia, amén de su libre interpretación ethílica de textos sagrados acompañaba el defecto con la lectura de ejemplares de dudosa factura: Evangelios de repartición gratuita en el subte, Antiguos Testamentos comprados en el supermercado, Relatos bíblicos encontrados en la peluquería, etc.

  La cosa es que sostenía la idea de que la Torre de Babel podría haber sido un proyecto exitoso, acaso emulando aquella lectura de Italo Calvino en “La distancia de la luna”, narración en la que sugiere que se puede abordar la Luna con una simple escalera . Sbareglia sostenía lisa y llanamente que, sin duda, se podría con la torre de Babel haber llegado al  cielo.

  ¿Por qué otra causa si no Dios habría confundido a obreros y constructores? Si la empresa fuese tan incoducente como se cree, Dios no tendría más que haberlos dejado caer en su error y, a poco de andar, comprobarían que el edificio era un error garrafal.

  Pero según mi amigo Enrique, los constructores habrían dado en la clave y estaban en lo cierto. La divinidad, temerosa de ser abordada en su morada por sus creaturas, los confundió con la estratagema de crear los idiomas. Un último recurso de un ser sumamente superior, sin duda, pero recurso al fin dado el acierto de sus creados.

  La otra interpretación de Sbareglia tenía un costado social, es que, según él,  el tema de los idiomas pudo haber retrasado el proyecto pero no haberlo cancelado del todo, el culpable de la no edificación de la torre, decía, fue el propio rey quien desestimó el asunto ya que comprendió que, de prosperar la edificación,  el primero en encontrase con Dios sería el obrero-esclavo que  colocase el último ladrillo…




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